Las casualidades dejan de ser una probabilidad, esa sombra detrás de la tuya no es amigable a pesar de compartir la misma dimensión mística. Caminas aumentando la velocidad y las gotas de sudor, arrepintiéndote de no haberte tardado un poco mas antes de salir. Maldita paciencia que se ausenta en aquellos intervalos que de vez en cuando se escapan del infierno. Se acerca, decides disminuir el frenetismo de tus movimientos, piensas en las exageraciones, conjeturas absurdas (al rato no) ilusiones creadas por algún lóbulo temeroso. Vuelves a sentir el escalofrío, de esos que anuncian presencias malintencionadas. El aura es negativo y frío, frío en la espalda, a estas temperaturas debe ser aliviante, pero no lo es, no siempre el agua elimina la sed, a veces las pastillas soporíferas no aniquilan el insomnio, ni a los niños les divierte tanto el nuevo juguete. No, a veces el remedio sale peor que la enfermedad, o se vuelve el virus mismo.
Te haces a un lado, pasa de largo, y lo ves, temblando, bañado en sudor, igual que tu él respira aliviado, ya que no apresuró su paso para hacerte daño ni tu disminuiste el tuyo para lastimarlo.
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