Caminar es un acto excelso porque permite en mi mente que los
pensamientos bailen coordinadamente, y que de vez en cuando saquen a bailar a
las quimeras, posibilidades y a las ilusiones. Sin embargo el camino donde me
encontraba tenía características siniestras que interrumpían la música
cerebral. Estaban las piedras en el suelo, las cuales no miraba porque mis ojos
se ausentan en esas noches de gala metafísicas, y terminaba por tropezarme en
varias ocasiones. Me propuse detener la fiesta mental mientras pasaba por allí,
de ese modo lograba esquivar los barros del tumultuoso sendero.
Había algo más que interrumpía mis
divagaciones, o "alguien". Sentí su presencia, me lo advirtió
mi espalda que se llena de arañas caminantes cuando un intruso está cerca. Esta
cosa, o ese alguien, se acercaba cada vez más. No quise voltear a ver, por ese
temor a lo desconocido que a veces prefiere no cruzar el puente macabro. A esto
me vinieron las suposiciones de que podría ser. Pensé en todo tipo de espectros, por mera diversión que lograba distraerme de la intriga abrumadora
que oprimía mi pecho. A mi imaginación vinieron los extraterrestres, lo cual no
estaría mal, pues saldría en programas sobre el fenómeno dando mi testimonio y
al fin lograría una de mis metas absurdas: ser un loco público. También me
supuse que era un duende, criaturas que no me provocaban miedo, más bien risa.
No malinterpreten, no es la estatura lo que me causa gracia, sino la mera
alusión a los siete enanos que inevitablemente tendría si llego a ver
alguno.
Esta presencia, porque ahora si estaba
seguro de que era alguien, se colocó a mi lado, y tuve la esperanza de que me
pasara de largo. Pero no. Siguió allí y se acercaba a mi hombro poco a poco.
Aun así no lo miré, solo note que caminaba, o al menos se movía a mi velocidad.
Ralentice mis pasos para ver que hacía, y como lo sospeche hizo lo mismo. Llega
un punto en que el espanto dura tanto que un coraje irracional y proveniente de
no se sabe dónde, nos llega. Y cuando lo tuve decidí parar y dirigirme hacía él y enfrentarlo. No lo pensé más, si seguía pensando nunca lo hubiera hecho. El
momento llego, me detuve y...
El olor a pino es delicioso, y me
encantaba caminar entre ellos. Ahora el baile de mis pensamientos tenía aroma,
me gusta pensar que ese olor era la droga que mis pensamientos necesitaban para
desinhibirse e invitar a bailar a todo lo que en mi mente se encuentra, desde
los recuerdos más lejanos hasta las fantasías más idiotas. El bosque se tornaba
espeso y lúgubre. Los pinos comenzaban a tener una extraña forma a medida que
oscurecía. De repente noté que tenían ojos, y supuse que eran ciegos a pesar de
esto, pues sus pupilas miraban a la misma dirección, y cuando hacía gestos con
las manos, no se movilizaban. Incluso a uno quise tocarle el ojo con mi índice,
pero me puse en el lugar de él, y seguí andando.
Ya era completamente de noche, creí que
como no había nubes, por lógica habría estrellas, pero estaba equivocado, y eso
me entristeció. Miraba hacia las ramas de los pinos ciegos, buscando búhos o
lechuzas, aves que siempre me han interesado, pero no había ni la menor señal de
esas criaturas. Una silueta oscura estaba a unos cuantos metros de mí. Seguí
avanzando a pesar que estaba tiritando, pues la temperatura bajaba mientras me acercaba. No sé si fue ilusión óptica pero
la figura desapareció. Me alivie y respire tranquilo. Busqué la luna y tampoco
estaba, al darme cuenta de eso una risa burlona como de niña malcriada surgió
de algún rincón del bosque. ¡Oh sorpresa! Los pinos son videntes,
empero seguían sin notarme, sino que se lanzaban miradas cómplices. Al cabo de dos pasos
entendí por qué. Las arañas en mi espalda, la incomodes en
su peor estado, el miedo, la paranoia, en fin, la presencia volvió.
Me dije que tal vez esta presencia fue la
que se burló del hecho de que no encontré la luna hace algunos minutos. Ahora
los ojos de los pinos estaban fijados a mi espalda, o sea, al ente, ángel,
demonio, espanto, lo que sea, me canse de llamarle presencia. Rayos, lo volví a
hacer. Desistí de la idea de creer que era un ángel, porque fuese lo que fuese
no era positivo. Si lo fuera, dejaría que mis pensamientos danzaran con la
seguridad necesaria. Esta vez me plantee otra estratagema diferente a la de
enfrentarlo. Creí que lo mejor era huir. Así que acelere el paso, hasta correr
con un frenetismo exacerbado, hasta
darme cuenta como coyote de dibujos animados que corría sin suelo. Al caer,
quise dar vuelta a mi cuerpo para por lo menos ver lo que provocó este suicidio
absurdo. Y estaba allí, y me desilusione porque no distinguí que era, o si, a
ver, que podría ser...
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