A Rubén le da por elegir caminos diferentes en ciertos días, sobre todo en los nublados que imperan en la ciudad Absurdo. El callejón estrecho desechaba el frío del momento, y los constantes choques contra los seres sin aura, que buscan en el concurrido mercado objetos ilusorios para llenar vacíos que luego quedan más profundos.
Las multitudes le daban asco, entre más densas, mayor la náusea. El ruido lo saturaba tanto que deseaba tener en su cerebro un C-4 para acabar con la tortura. Se maldijo a sí mismo en todo lo que duró esa travesía estúpida entre los puestos de ventas ilógicas, por haberse metido sin necesidad en ese ambiente de olores putrefactos. Faltaba mucho para salir del laberinto sedicioso, sin embargo sus ojos se conectaron con lo que creía en ese momento era la libertad y el placer.
¿Puede ser una mujer, que lleva puesto un vestido verde claro, en ese día tan gris, alguien peligroso? a Rubén no le importó esa sospecha, solo la observaba, y cierta energía hasta ese momento desconocida, hizo que sus pies lo trasladarán hacia ella. Su aura le parecía indefinible, tratar de percibirlo acentuaba su misterio, un ser que despierta curiosidad al más desinteresado de todos.
Al encontrarse frente a ella, no supo que palabra soltar, a diferencia de su piel, que transpiraba en demasía, soltando el líquido salado inverosímil a toda costa. "Sígueme si buscas algo de mí". Ante la oferta Rubén se ruborizó e inmediatamente sintió el golpe de los rizos rubios que se elevaron después del giro veloz del ser místico, como liquido dorado que salpica en una olla ardiente, quemando sus mejillas y su nariz que percibió un aroma demasiado agradable, inmerecido para cualquier mortal.
La siguió, seguramente era su apartamento, y mientras subían las escaleras, una música de ritual tántrico se hacía mas fuerte, en cada escalón, una barra de volumen se sumaba. Ella lo miraba esporádicamente, con una sonrisa irónica en su rostro, como llevándolo a una broma de mal gusto, y él la miraba, y sabía que algo bueno no podía esperar, pero que si resultaba esa fantasía que se fraguaba en su mente y corría por la sangre, si salía eso que deseaba, no había lugar para el arrepentimiento.
Al entrar, Rubén se sintió en una galería, las paredes llenas con cuadros de pintura, pero cada una de un solo color, uno nada mas, sin figura, sin imagen fija, solo el color, cualquiera que fuera, muy atrayente. Él se perdía en esos bizarros cuadros. ¿Qué quería decir esta mujer con esa especie de galería en casa, una artista, bohemia, espíritu libre? eso se extinguió hace mucho en esta ciudad. Ya el nerviosismo comenzaba a hacer un remolino en la boca del estómago, sudaba más que nunca, y el escalofrío le llegaba en la nuca como tarántula chupa cerebros. Miraba la pintura de color verde, su preferido, cuando de pronto: "Son solo pinturas, pero para ti, al parecer son algo mas" le susurró al oído. Volteó a verla sobre su hombro, ni se percató que ella se había desprendido de sus telas.
Pasaron siete minutos y Rubén ya cruzaba el umbral del apartamento, pálido, y bajaba las escaleras maquinalmente, inconscientemente. En su cerebro se determinaba algo cada vez con más seguridad, era el único camino luego de eso. Salió del edificio, y mientras cruzaba la "calle del sueño" sintió sus piernas volar, que se colocaban dónde estaba antes su cabeza. También escuchó la bocina de un borracho, los asombros no gritados, y por último el ennegrecimiento de su vista, esa que apuntaba a la ventana de la mujer, quien observaba como la pintura verde tomaba la figura de Rubén.